viernes, 27 de abril de 2007

UN DÍA MUY BIEN APROVECHADO

Después de un sueño por demás reparador (gracias al comodísimo sommier del Hotel del Norte) desayunamos muy bien y nos reunimos con Washington "Chico" De Souza, nuestro guía turístico. De la oficina de turismo, nos fuimos al Santuario de la Virgen (un especie de ermita en lo alto de un cerro con una espectacular vista hacia los distintos "barrios" tabacaleros (el Pintado, la Guayuvira, etc.), y luego a la Piedra Pintada. Pude comprobar que los pequeños productores de la zona (principalmente tabacaleros) siguen siendo de los más prolijos del país. Las casas, los galpones y las estufas para secar el tabaco pueden ser muy humildes, pero es prácticamente imposible encontrar una sola chacra con herramientas, latas, alambres o bolsas tiradas por ahí. No. Se podría decir que todo está en perfecto orden.
En la Piedra Pintada (a unos 17 km. de Artigas por ruta 30 hacia Rivera), pudimos disfrutar de un paseo guiado por la reserva ecológica de fauna autóctona. Allí pudimos ver, entre otros simpáticos bichos, una puma más mansa que Manolo... El cuidador -cuyo nombre no recuerdo-, es un fenómeno. Qudamos de volver algún día.
De allí, regresamos a Artigas, donde gracias a los buenos oficios de Chico, pude visitar la maquinaria del más que centenario reloj de la Jefatura de Policía de Artigas. Magdalena no se animó a subir. El reloj, orgullo de la ciudad, es de origen francés; cada quince minutos hace sonar sus campanas en distintas combinaciones, según la hora. Toda una curiosidad.
De la Jefatura nos fuimos a visitar la Iglesia de San Eugenio, donde nos atendió maravillosamente una brasilera que es quien cuida el lugar. Luego fuimos a comprar algo fresco porque a esa altura estabamos muertos de calor y de sed. Por fuera, vimos el viejo Mercado Agrícola, hoy reciclado y transformado en un centro de venta de artesanías.
Volvimos al hotel, levantamos las valijas, dejamos a Chico, cargamos nafta y tomamos, otra vez por la 30, hacia Rivera. A los pocos kilómetros curzamos el Arroyo Catalán, con la promesa de volver algún día a las minas de ágatas y amatistas, que por falta de tiempo no tuvimos oportunidad de visitar.
Después de varios kilómetros, y de descagar las fotos en el laptop, llegamos finalmente a Masoller. Había pasado varias veces, pero nunca había bajado a visitar el monolito erigido en memoria de Aparicio. Como la emoción es algo que no se puede describir, a los blancos, les digo que lo visiten. Los que no son blancos, como suele suceder, no se molesten: nunca lo podrán entender...
Después de las fotos -más obligadas que nunca- seguimos rumbo a la Bajada de Pena, que cuando se la mira viniendo desde Tranqueras, es la Subida de Pena. Pero bueno, nosotros ibamos de bajada, así que nos van a disculpar si la llamamos de ese modo.
El paisaje, como siempre, una maravilla. Dicen que a las 5 o 6 de la tarde es más lindo aún... Pero nosotros no teníamos tiempo porque queríamos llegar con luz a Rivera. Así que, disfrutando de casa cerro, cada curva y cada valle, descendimos de Masoller a Tranqueras, sacando una foto atrás de otra. No me arrepiento.
Lo que me llamó la atención, fue el cambio operado en lo que alguna vez fue "Villa" Tranqueras. Hoy es flor de pueblo, pujante, gracias la influencia positiva de la forestación. Antiguamente Tranqueras era poco menos que un pueblito del "Far West", perdido en la sierra, cuya economía dependía casi exclusivamente de la actividad ganadera y del cultivo de sandías de algunos pequeños productores locales. Hoy está totalmente cambiado, con una muy buena avenida central, casas recicladas, etc. Todavía le falta, pero se nota el cambio.
A la salida del pueblo, atravesamos la "marcha" de los escolares... Eran las 5 de la tarde y un enjambre de túnicas blancas se nos vino encima. Al pasar por al lado del auto nos decían: "Pa, que mugre" (por el auto); "Ta todo sucio!!!", etc.
Finalmente, llegamos a la ruta 5 y enfilamos hacia Rivera. Sacamos algunas fotos de los campos forestados, pero las del día siguiente salieron mejor... Llegamos a la ciudad, invadida de brasileros por el cambio favorable. Los free shops, nunca estuvieron mejor.
Luego de un baño, me fui a Misa. A la vuelta, en vista de que no pude encontrar a mi buen amigo Gonzalo Quintero, salimos a cenar. Un heladito de postre y a la cucha, para salir al día siguiente, hacia Melo.

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